bernardo-de-claravalSan Bernardo es, cronológicamente, el último de los Padres de la Iglesia, pero uno de los que más impacto ha tenido. Nace en Borboña, Francia (cerca de Suiza), en el año 1.090 con sus siete hermanos recibió una excelente formación en la religión, el latín y la literatura.

Bernardo tenía un extraordinario carisma para atraer a todos hacía Cristo. Amable, simpático, inteligente, bondadoso y alegre. Todo esto y vigor juvenil le causaban un reto en las tentaciones contra la castidad y la santidad. Por eso durante algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacía lo mundano. Pero las amistades mundanas, por más atractivas y brillantes que fueran, lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más desilusionado del mundo y de sus placeres.

Como sus pasiones sexuales le atacaban violentamente, una noche se revolcó sobre el hielo hasta sufrir profundamente el frío. Sabía que a la carne le gusta el placer y comprendió que si la castigaba así, no vendrían tan fácilmente las tentaciones. Aquel tremendo remedio le trajo liberación y paz.

Una noche de Navidad mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de Mariah, y que la Santa Madre le ofrecía su Hijo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde ese día no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado. Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra, Bernardo se fue al convento de los monjes benedictinos llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, Esteban Harding (San Esteban), lo aceptó con gran alegría pues, en aquel convento, hacia quince años que no ingresaban religiosos nuevos.

Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y todos se opusieron. Los amigos le decían que esto era desaprovechar una gran personalidad para ir a sepultarse vivo a un convento. La familia no aceptaba de ninguna manera. Pero él les habló tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y a treinta y un compañeros. Dicen que cuando llamaron a Nirvardo el hermano menor para anunciarle que se iban de religiosos, el muchacho les respondió: «¡Aja! ¿Con que ustedes van a ganarse el cielo, y a mi me dejan aquí en la tierra? Esto no lo puedo aceptar». Y un tiempo después, también él se fue de religioso.

Antes de entrar en el monasterio, Bernardo llevó a su finca todos los que deseaban entrar en el convento para prepararlos por varias semanas, entrenándolos acerca del modo como debían comportarse para ser unos fervorosos religiosos. En el año 1.112, a la edad de veintidós años, entra en el monasterio del Cister. Más tarde, habiendo muerto su madre, entra en el monasterio su padre. Su hermana y el cuñado, de mutuo acuerdo decidieron también entrar en la vida religiosa. Vemos en la historia la gran influencia de las relaciones tanto para bien como para mal.

En la historia de la Iglesia es difícil encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de atracción tan grande para llevar gentes a la vida religiosa, como el que recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror de que sus novios hablaran con el santo. En las universidades, en los pueblos, en los campos los jóvenes al oírle hablar de las excelencias y ventajas de la vida en un convento, se iban en numerosos grupos a que él los instruyera y los formara como religiosos. Durante su vida fundó más de trescientos conventos para hombres, e hizo llegar a una gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban «el cazador de almas y devociones». Con su apostolado consiguió que novecientos monjes hicieran profesión religiosa.

Fundador de la Abadía de Clairvaux (Claraval). En el convento del Cister mostró tales cualidades de líder y de santo, que a los veinticinco años (con solo tres de religioso) fue enviado como superior a fundar otro convento. Escogió un lugar apartado en el bosque donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de su frente para poder cosechar algo, y le llamó Claraval, que significa valle claro, ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día. Supo infundir de tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo veinte compañeros a los pocos años tenía ciento treinta religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros sesenta y tres conventos.

Lo llamaban «Doctor Boca de Miel» (Melliflous Doctor) Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor.

El más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y a la meditación. Pero el Sumo Pontífice, los pueblos y los gobernantes le pedían continuamente que fuera a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera que pudiera ser útil. Con una salud sumamente débil (porque los primeros años de religioso se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se le daño el estomago) recorrió toda Europa poniendo paz donde habían guerras, deteniendo las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados y hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión católica. Era el árbitro aceptado por todos. Solía exclamar: A veces no me dejan tiempo durante el día ni siquiera para dedicarme a meditar. Pero estas gentes están tan necesitadas y sienten tanta paz cuando se les habla, que es necesario atenderlas. (Ya en las noches pasaría luego sus horas dedicado a la oración y a la meditación).

Un hombre muy preparado le pidió que lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo dedicó las primeras semanas a transportar carbón, lo cual hizo de muy buena voluntad. Llegó a ser un excelente monje, y más tarde fue nombrado Sumo Pontífice: Honorio III. El santo le escribió un famoso libro llamado «De Consideratione», el cual propone una serie de consejos importantísimos para los que están en puestos elevados no vayan a cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la oración y la meditación. Y llegó a decirle:

«Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el
debido tiempo a la oración y a la meditación«.

Despedida gozosa. Después de haber llegado a ser el hombre más famoso de Europa en su tiempo y de haber conseguido varios milagros y después de haber llenado varios países de monasterios con religiosos fervorosos, ante la petición de sus discípulos para que pidiera a Dios la gracia de seguir viviendo otros años más, exclamaba:

«Mi gran deseo es ir a ver a Dios y a estar junto a Él. Pero el amor hacía mis discípulos me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que a Él le parezca«.

Y a Dios le pareció que ya había trabajado y sufrido bastante y que se merecía el descanso eterno y el premio preparado para los discípulos fieles, y se lo llevó a su eternidad feliz el 20 de Agosto del Año del Señor 1.153.

Tenía 63 años. Desde entonces ese día se conmemora su festividad. El Sumo Sacerdote lo declaró «Doctor de la Iglesia».

ORACIÓN

«San Bernardo: gran predicador, enamorado de Cristo y de la Madre Santísima, pídele al buen Dios que nos conceda a nosotros un amor a Dios y al prójimo, semejante al que te concedió a ti. Quiera Dios que así sea».